Este 2019, se cumplen veinte años de la Carta Internacional sobre Turismo Cultural de ICOMOS adoptada durante las 12ª Asamblea General de México celebrada en octubre de 1999. El tiempo transcurrido y el encanto que tienen los números redondos, nos invitan a promover balances, a reflexionar sobre la actualidad de este texto doctrinario y sobre el contexto social y económico de fines del siglo pasado y su comparación con el actual.
La Carta Internacional sobre Turismo Cultural de ICOMOS de 1999 modificó profundamente un documento anterior, la Carta de ICOMOS de 1976. La necesidad de actualizar la Carta aceptada en Bruselas (Bélgica) en el Seminario Internacional de Turismo Contemporáneo y Humanismo, responde al cambio de perspectiva en relación al desarrollo establecido pocos años antes. La sustentabilidad, adoptada formalmente en Rio de Janeiro en 1992, había llegado para quedarse e impregnar con su criterio ético al turismo. Varios documentos internacionales se modificaron a la luz del nuevo paradigma impuesto.
En un veloz recorrido por el escenario histórico mundial y los distintos documentos emitidos por los organismos de cooperación internacional, se puede establecer que el concepto de desarrollo se enriquece en las últimas décadas del siglo XX por las nuevas visiones mundiales.
El papel central de la cultura y del patrimonio en los procesos de desarrollo quedó establecida a partir de la reunión cumbre de Mondiacult, organizada por la UNESCO (México, 1982) donde se sentaron las bases para el lanzamiento del programa denominado Decenio Mundial de Cultura y Desarrollo (1987-1997), proclamado por las Naciones Unidas y que involucró a la comunidad internacional en su conjunto.
A su vez, el Informe Brundtland, fruto de los trabajos de la Comisión de Medio Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas, planteó que “el desarrollo sostenible es aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. (NU 1987). Definición que se asume en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Cumbre Mundial de la CNUMAD) celebrada en Río de Janeiro en 1992 cuando establece: “Aquel desarrollo que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro, para atender sus propias necesidades”.
De igual manera, en la histórica Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo del 92 se establece el papel central que le corresponde a los ciudadanos y el derecho de los mismos a un entorno saludable:
Los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible. Tienen derecho a una vida saludable y productiva en armonía con la naturaleza (Principio 1).
A fin de alcanzar el desarrollo sostenible, la protección del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada (Principio 4).
Sin dudas, podemos afirmar que a partir de fines del Siglo XX quedo establecida, al menos en los organismos de cooperación, la profunda relación entre el desarrollo económico, el enfoque humano del mismo y el cuidado del ambiente.
A su vez, la nueva definición del patrimonio, reconstruida como derecho colectivo, reconoce a los actores locales y a la sociedad civil en todo el proceso de patrimonialización: desde la identificación de las prácticas y bienes que merecen ser protegidos hasta el compromiso con su conservación, gestión y uso. Esta visión alejó al Estado como único activador patrimonial y permitió incorporar a otros agentes e integrar distintas voces, no exclusivamente surgidas de los ámbitos académicos o institucionales, en la discusión sobre el patrimonio. De esta manera, aparece la sociedad civil que se organiza y se moviliza por la promoción y protección de su identidad y de su patrimonio cultural, hecho incontrastable que merece ser reconocido y apoyado por los gobiernos y por las políticas públicas a partir de una batería de medidas que estimulen su participación. El territorio es el escenario donde se desarrollan nuevas lecturas y estrategias de uso social de los recursos culturales y naturales, que deben ser vehiculizadas a través de un plan de desarrollo participativo.
Así, las distintas posibilidades que permiten los recursos patrimoniales y culturales van a obligar a pensar nuevos modelos de uso social de los mismo, siempre sobre criterios de sustentabilidad: el patrimonio es un recurso no renovable, sensible a ser trasformado o modificado por la explotación u uso indebido del mismo. La industria turística tradicional encontró rápidamente en las costumbres locales, el patrimonio material e inmaterial y en la cultura urbana, una alternativa que permitía salir del encierro estacional del turismo de sol y playa. En la actualidad el turismo cultural, se encuentra en pleno auge y expansión y, por lo mismo, constituye un factor que puede afectar el delicado equilibrio entre la cultura local y la masiva invasión de quienes buscan nuevos destinos y ofertas.
En este sentido la prédica de la Carta Internacional de Turismo Cultural es imposible de soslayar. Ya en 1999 preocupaban estas cuestiones que se enunciaban:
Desde que el turismo nacional e internacional se ha convertido en uno de los más importantes vehículos para el intercambio cultural, su conservación debería proporcionar oportunidades responsables y bien gestionadas a los integrantes de la comunidad anfitriona así como proporcional a los visitantes la experimentación y comprensión inmediatas de la cultura y patrimonio de esa comunidad (Principio 1).
La relación entre los sitios con patrimonio y el turismo, es una relación dinámica y puede implicar valoraciones encontradas. Esta relación debería gestionarse de modo sostenible para la actual y para las futuras generaciones (Principio 2).
La planificación de la conservación y del turismo en los sitios con patrimonio, debería garantizar que la experiencia del visitante merezca la pena y sea satisfactorio y agradable (Principio 3).
Las comunidades anfitrionas y los pueblos indígenas deberían involucrarse en la planificación de la conservación del patrimonio y en la planificación del turismo (Principio 4).
Las actividades del turismo y de la conservación del patrimonio deberían beneficiar a la comunidad anfitriona (Principio 5).
Los programas de promoción del turismo deberían proteger y ensalzar las características del patrimonio natural y cultural (Principio 6).
En consonancia con lo dicho en la Carta, un modelo de turismo cultural debe analizar el impacto que la afluencia masiva de visitantes tiene sobre el sitio, midiendo y controlando su capacidad de carga, para minimizar su impacto negativo en el bien y mejorar la calidad de la experiencia de visita al lugar. De igual manera la participación de la comunidad en todo el proceso de planificación turístico, desde la selección de los bienes culturales o patrimoniales que pasaran a convertirse en productos turísticos hasta la conservación y salvaguarda de los mismos ayudan a esta industria a convertirse en un instrumento virtuoso e impedir la depredación de recursos.
Sin embargo, una marcada debilidad de los sectores que promueven la defensa de los bienes culturales es que no han podido resolver adecuadamente, al menos en Latinoamérica, la conservación de los mismos, debido a los altos costos que implica la restauración. Muchos de los edificios históricos en Argentina, declarados patrimonio por un organismo oficial y con limitaciones en su constructividad, caen en la ruina por la falta de mantenimiento. El turismo cultural debe transformarse así en una potente herramienta que permita el financiamiento del patrimonio.
Finalmente es importante citar la Declaración de Budapest, aprobada por la Conferencia General de la UNESCO en 1972 al cumplirse los 30 años de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural. Declaración que enriquece esta Convención con la promoción de los objetivos que se denominan 5 c:
- Credibilidad de la Lista del Patrimonio Mundial, como un testimonio representativo y geográficamente equilibrado de las propiedades culturales y naturales de valor universal excepcional:
- Asegurar la efectiva conservación de los bienes del Patrimonio Mundial;
- Promover el desarrollo de medidas efectivas de creación de capacidad, incluida la asistencia para preparar la nominación de propiedades a la Lista del Patrimonio Mundial, para la comprensión y la implementación de la Convención del Patrimonio Mundial y los instrumentos relacionados.
- Aumentar la conciencia pública, la participación y el apoyo al Patrimonio Mundial a través de la comunicación.
- Reforzar el papel de las comunidades en la aplicación de la Convención del Patrimonio Mundial.
A modo de síntesis, podemos expresar que el desarrollo turístico debe tener un trato respetuoso y cuidadoso de las expresiones culturales, preservando su autenticidad y su integridad; los beneficios de las actividades turísticas deben contribuir a la conservación y salvaguarda de las expresiones culturales, tanto materiales como inmateriales; y la planificación de las políticas públicas de cultura debe incluir la participación de todos los sectores de la comunidad.
El encuentro propuesto por ICOMOS Argentina y la Universidad Católica de Salta (UCASAL), junto al Colegio de Arquitectos de Salta (UCASAL) sobre patrimonio, desarrollo y turismo cultural, en la primera semana de octubre, es una invitación a compartir un espacio de reflexión e intercambio entre especialistas, investigadores/as, docentes, gestores/as culturales, profesionales, y miembros de la comunidad en general. Se trata de intercambiar conocimientos y experiencias en torno al patrimonio y al turismo cultural desde una perspectiva contemporánea que estimule el desarrollo humano, social, creativo y sustentable. El encuentro constituye también una nueva oportunidad para convocar a estudiantes y jóvenes profesionales de todo el país y consolidar de esta forma un espacio emergente que ICOMOS Argentina impulsa desde hace más de un lustro.